Los hijos crecen. ¿Los padres sufren?

El crecimiento de los hijos, además de la gratificación de los padres por el seguimiento del mismo, a veces implica una cuota de ‘cierto dolor'. No advertido, disfrazado, inconsciente o francamente manifiesto, que comienza a sentirse en cuanto los hijos dan señales de independencia, de pretensión de autonomía. Esto ocurre en el tránsito adolescente y con más firmeza ya en la juventud (entre los 19 – 25 años aproximadamente) ¿Cuáles son los mecanismos para que este sufrimiento tenga lugar? Si hablamos de una necesidad de independencia, es porque partimos de una dependencia; perfectamente normal y necesaria. Evidentemente tal dependencia en los inicios de la evolución es unidireccional e imprescindible para el desarrollo del ser. Luego es como si se diera un proceso de equilibrio en donde la dependencia afectiva es mutua . Andando el tiempo se invierten los roles. Los padres pasan a depender de los hijos. Con el agregado que los hijos ‘rechazan' esta dependencia, siendo esto un índice de salud en ellos. Es en este momento donde se instaura el dolor paterno. Esto expresado muy esquemáticamente a los fines que sea comprendido. Los mecanismos y/o manejos de los padres para favorecer esta estructura son múltiples, sutiles y por momentos muy groseros ante un observador atento. Quizás el más clásico, el más abarcador y destructivo es: inyectarles culpa, sintetizado en “nosotros que tanto hicimos por vos”.

Por otra parte y desde otro ángulo de análisis tengamos presente que cuando los hijos cumplen años, los padres cumplen como padres: ‘mi hijo cumple 15 años, yo cumplo 15 años de padre'. Los hijos crecen. Los padres declinan. En padres que no están conscientes de este proceso y sin posibilidad de elaborarlo puede resultar al menos, complicado. Cuando el darse cuenta es súbito, el impacto emocional que genera puede ser importante. Los padres al no ser conscientes de este proceso, y en consecuencia sin posibilidad de elaborarlo, pueden manifestar sintomatologías, en algunos casos muy complejas que requieren un tratamiento psicológico adecuado.

No es mi intención darle un contenido trágico (porque no lo tiene) al tema en cuestión, .sencillamente advertir sobre una posible evolución de la relación padres e hijos. Por otra parte me interesa aclarar que cuando hablamos de psicología y no nos referimos a un caso en particular , lo hacemos en términos genéricos que puede ser válido para unos y no para otros.

Hay padres que educan a sus hijos con la intención consciente o no de otorgarles todo lo que ellos no han recibido, sea en cuidado, en afecto, en formación. Esto es valioso y saludable en tanto y en cuanto los hijos no sean depositarios de las frustraciones de los padres. El riesgo es que cuando ese hijo en cuestión concrete o no esas expectativas la frustración esté igualmente presente como variante del dolor señalado, traducido muchas veces en términos de ‘queja': ‘lo hice estudiar medicina. Ahora que es médico ni la presión me toma'. Esta mirada es desde el punto de vista de los padres. Ahora bien, ¿cuál es el punto de vista de los hijos? Una vez más, múltiples y variados. Sintéticamente podríamos resumirlos en los siguientes: se hacen cargo de la culpa transmitida y la padecen, obedecen sumisamente, cuestionan y se rebelan, agradecen en el mejor de los casos. Todas estas emociones en diferentes matices suelen darse conjuntamente y/o alternativamente en la misma persona, generando confusión y ambivalencia que, ya de adultos y con su propia familia, continuarán con la tradición.-