Y prendió
Por fin crece la puta enamorada. Se adhiere, se pega, invade. Crece por espacios que no quiero que crezca, pero crece. Tanto tiempo la esperé y justo ahora que no la puedo cuidar, crece. Había acondicionado la pared del pequeño patio, que recibía abundante luz pero poco sol, para hospedar a la enamorada.
Con esmero y cuidado le quité las partes blandas en algunos sectores, quedando el ladrillo rojo a la vista, lo que me exigió revocarla íntegramente. Para tal fin tuve que consultar manuales de albañilería pues no tenía la menor idea de que se trataba revocar una pared. Alisarla perfectamente, dejarla secar, y aplicarle varias capas de pintura al agua, blanca, para que cubriera la superficie y recibir en el color de la pureza, a la puta enamorada que había decidido acoplarse y convivir de esta manera, para gratificación de los visitantes que quisieran observarla. Estos se reducían a los que se asomaban desde las ventanas de los quince pisos que se elevaban por encima del pequeño patio y que no permitían la entrada del sol, causa que yo atribuí a la dificultad que, al principio, encontraba la enamorada para prender.
Me pregunté mucho por qué razón no podía cuidarla. Y encontré la respuesta: no quería. Por bronca no quería. Bronca que decidiera su propio destino y tuviera el poder de utilizar su tiempo como le plazca. Si yo era su dueño. Vivía por mi (me decía). Pero la muy turra, nada.
La regaba, limpiaba, desinfectaba, y nada. Hasta que un mes de setiembre, ya resignado a verla como una planta más, comenzó a crecer. En diciembre se había extendido un metro cuadrado aproximadamente.
Cuando en el mes de mayo tuve que ausentarme tres meses de Bs.As. por trabajo, al volver, note que una fuerza interior me impedía abrir la puerta de entrada a mi departamento, en tanto simultáneamente advertía que una ramita pequeña se filtraba por el marco superior de la puerta.-