Julián

‘Ni siquiera me nombra'. No era queja, era un dolor de años, expresado casi con indiferencia por el tiempo transcurrido. Nunca supo si sus hijos advirtieron que en la casa no se escuchaba el nombre del padre, la mujer tampoco tenía una expresión sustituta de cariño para con él. El nombre del padre no existía. Los hijos lo llamaban papá. La mujer no lo llamaba, y cuando a él se dirigía, no lo nombraba.

‘Hace mucho tiempo que no escucho de ella mi nombre, es como si cuando estoy a su lado no tuviera identidad'.

Ni hablar de un beso en la boca. ‘Confórmate con uno en la mejilla, y de vez en cuando, es todo lo que puedo, soy así, así me conociste' – decía ella.

Nunca había escuchado Francisco, terapeuta de Julián, tan descarnada descripción, expresada de modo tan sintético, de un vínculo de pareja. ‘Ni siquiera me nombra’. Cuando lo dijo por primera vez consumía un cigarrillo tras otro. Luego lo repetía y lo repetía para digerir el darse cuenta y ayudarse a tomar la decisión de separarse.

Veinte años llevaban de casados. Al festejar dicho aniversario realizaron un viaje a la costa para estrenar auto nuevo, un cuatro puertas más cómodo del que tenían. La experiencia resultó gratificante, una semana en el mar. Cuanto menos gente mejor, era lo que más le agradaba a Julián.

Al regresar tuvieron sexo. Sin besos, claro.

Con su trabajo de técnico mecánico, Julián, le otorgaba a su familia una vida digna, cómoda, sin necesidad que su mujer ejerciera su profesión docente; Gabriela lo hacía para distraerse. Cuando compartía algún evento con sus compañeras de trabajo acostumbraban comentar sus vínculos de pareja. Si la reunión estaba matizada con frizze o tía María, se animaban y el sexo predominaba en el diálogo, con una libertad, que, cuando Gabriela le comentaba a Julián, le costaba creer que su mujer participara de una conversación semejante. Más allá que ella se encargaba de decirle que no brindaba información, solo escuchaba con cierto pudor. Julián no le creía, pues sentía que la represión era con él, y se la imaginaba en situaciones hasta perversas en la cama con otros hombres.

Al recibir cierto día un llamado telefónico para Gabriela de la profesora de gimnasia del colegio, con la cual Julián tenía cierto conocimiento, pues, además de compañeras, era vecina del barrio, se sorprendió cuando Silvina le relataba en detalle la última reunión, donde, Gabriela se ‘había destapado'. Julián no salía de su asombro, sin creer que de su mujer se trataba el personaje del relato.

La noche del día de la llamada de la profesora de gimnasia, y estimulado por la charla casi íntima que habían tenido, decidió abordarla de un modo totalmente diferente al que lo venía haciendo desde hacía veinte años. Intentando generarle celos, magnificó una experiencia de diálogo con María, administrativa donde Julián había ido a realizar un service. La María en cuestión (en la fantasía de Julián) habíale seducido.

El contacto con María se convirtió en frecuente, y la fantasía de Julián, en dos meses, era una realidad que lo excitaba, gratificaba y dolía. Luego de encuentros furtivos en hoteluchos de segunda, ocultos en barrios que ninguno frecuentaba, y que Julián había investigado por internet, pasó de una relación ‘casual' a un vínculo con una intensidad soñada.

Gabriela al intuir que el cambio de su esposo podría tener que ver con la presencia de otra mujer en la vida de Julián, le solicitó que visitaran al psicólogo juntos.

Y por qué no lo nombra, preguntó Francisco.

Cuando llamo a la oficina por quién cree que pregunto, por Julián.

Al escuchar Julián en boca de su mujer su nombre en esa sesión de pareja, las lágrimas acortinaron su mirada y la tornaron borrosa. Lloró. Encontró dulce su nombre en boca de su mujer, e instantáneamente, sin manifestarlo más que con una leve sonrisa que nadie advirtió, recordó, que al conocer a María, ésta le había preguntado: cómo te llamas?

-Julián -Julián . . . Julián, repitió María.-