Joaquín
“No es toda vigilia la de los ojos abiertos”
M. Fernández
A pesar de las dificultades que le imponía su costumbre, hacía mucho tiempo que recorría a pie 5 km.diarios, respetando rigurosamente el trayecto, siempre el mismo, que realizaba. Sus pies, su mano libre, su oído atento, consciente, y el extremo de su bastón reconocían con excesivo detalle, cada obstáculo, cada fisura en el pavimento, cada rugosidad en la pared, las aberturas, los sonidos o silencios que de cada puerta se insinuaban. El recorrido desde su casa hasta el Instituto le demandaba exactamente una hora treinta y siete minutos controlado inevitablemente al llegar a destino por Joaquín en su reloj pulsera sin vidrio. Había alcanzado ese tiempo, récord para él, al cabo del año y medio de realizarlo. A veces se imponía mejorarlo, pero los riesgos a los cuales se sometía lo hacía, rápidamente, desistir del intento.
Hijo único de un matrimonio que al promediar la cuarentena había decidido “traer un hijo al mundo”. Y trajeron a Joaquín. A las dos semanas de nacido, el médico pediatra que lo visitó en su domicilio le sentenció al matrimonio: “su hijo está condenado de por vida a la oscuridad”. Ni el profesional que lo catapultó, ni los padres, ni los vecinos que a lo largo de sus 5 km. de recorrida diarios lo reconocían, refiriéndose a el con el nada original “el cieguito”, imaginaban que luces diferentes poblarían el destino de Joaquín.
Las calles que atravesaba en su diaria caminata representaba su entorno, su mundo externo, los personajes con los cuales se topaba alimentaba su perspectiva psicológica, su visión de mundo. A simple vista no denotaban ellos particularidad alguna, eran personas, aún para ellos mismos, de diario vivir, sin matices, llevaban una modalidad de vida normal. Joaquín, cordial con todos, interrumpía a veces su andar, se detenía por unos instantes, registraba la presencia emocional de cada quien, y, como el oráculo, expresaba una palabra, una frase corta, a veces un gesto, y se marchaba.
No fue fácil para Doña Carmen mostrarle a su hijo el mundo. Especialmente al comienzo cuando Joaquín no manejaba la palabra, instrumento de la cual se apoderaría llegando a ser un virtuoso, no solo en la exactitud en la expresión de la idea, sino además, porque el timbre de su voz era de tal belleza, insinuada ya de pequeño, que, su
Profesora en lectura le sugirió el ingreso al coro de la institución el día en que Joaquín cumplía sus diez primeros años de vida. Hasta aquí, podemos decir que a pesar de las dificultades imaginadas, esta etapa había resultado armónica, placentera, matizada, como no podía ser de otra manera, con algunas situaciones de dolor. Como aquel 20 de junio en que Joaquín articuló por primera vez entre dientes el verbo prohibido para él. Mami te quiero ver –dijo-. Doña Carmen esperaba desde hacía tiempo el momento. Contradiciendo los consejos profesionales apeló a su sabiduría de madre, abrazó profundamente a su hijo y lloró desconsoladamente. Joaquín acarició sus lágrimas, Doña Carmen las besó en las manos de su hijo y le habló:
Hijo mío, por razones que tu madre no alcanza a comprender hay dolor en el hombre, hay superación del dolor y hay alegría. Tu dolor es este, el que se expresa de este modo, con este deseo, y entonces hay la relación de dolor y deseo. No hay dolor si no hay deseo. La alegría pasa por saber y experimentar que esto es posible. Con tu limitación a cuestas, serás feliz y ayudarás a serlo a los demás. Este discurso, más que a Joaquín, quien no podía entenderlo, la madre se lo decía a sí misma. Joaquín se mostraba todo el tiempo con una mezcla de asombro y susto, puesto que lo que escuchaba, si bien no lo entendía, le sonaba como un reto, confundiéndolo un poco las lágrimas que de a rato Doña Carmen dejaba aparecer.
Estas palabras, este argumento o esta excusa, Joaquín la escuchará en diferentes momentos de su vida, sirviendo como estímulo para que aparecieran, situaciones de dolor. El compromiso de la madre al pronunciarlas era constante, no así la emocionalidad que aparecía en cada momento. El objetivo inevitable, siempre único: favorecer y guiar el crecimiento de su hijo.
Particular importancia revistió para la personalidad de Joaquín en formación aquél episodio, cuando, ya pasada la adolescencia, sintió, por vez primera, la presencia atrayente de una mujer.
Por esta época el coro de la institución comenzaba a adquirir cierto renombre por sus voces tan cuidadosamente trabajadas. Cierta mañana, anunciaron al conjunto que una periodista de la revista zonal iría a realizarles una nota.
Acostumbrado a los olores, Joaquín percibió en María la fragancia que le recordaba el excitante mar. Jugó mentalmente con la cópula María-mar y se ruborizó; reacción poco frecuente en él, ya que tenía anulado el sentido que generalmente la estimula. No le pasó por alto a María la transformación del rostro de Joaquín, aunque no supo interpretar su sentido, simple y fugazmente, lo remitió a la vergüenza que seres como ellos experimentarían en situaciones que los distrajeran de su rutina. Y no es que María no conociera a los jóvenes, con sus 22 años Había atravesado experiencias que le permitían un manejo dúctil con el sexo opuesto. Afortunadamente para ella, tenía la figura que entonces se usaba. Su alta y delgada talla remataban en una cabellera castaña de ligeras y espaciadas ondulaciones que ella cuidaba tener. Deliberadamente, siempre un mechón de la misma, caía sobre la frente y parte del rostro anguloso con aparente descuido. Con gesto estudiado de su mano izquierda apartaba cada tanto, gesto que resultaba sensiblemente erótico. Salvo su estatura, obviamente, nada de esto advirtió Joaquín cuando María dirigiéndose a el dijo: hace dos años que trabajo en el periódico realizando notas y nunca antes me sentí tan cómoda con los entrevistados como con ustedes.
-Será porque no la podemos ver- replicó Joaquín a la defensiva-. Pero no se confíe demasiado en ello -agregó-…
quizás por la forma en que lo expresó, como ladeó su cabeza al tiempo que afirmaba sus anteojos oscuros sobre su nariz desplegando la belleza de su mano al hacerlo; quizás por el tono exacto y la agudeza de su voz, o sencillamente por el impacto emocional, inexplicable, desequilibrante y maravilloso, María amó a Joaquín.
A las 7.30 hs. Comenzaba Joaquín su recorrido. Los primeros 50 m. Los utilizaba, inevitablemente, para oler el día. Luego de lo cual iniciaba su juego, descubrir la emocionalidad de aquellos que se encontraba a su paso y lo reconocían. Se valía para esto de algunas frases que cruzaba en los ocasionales encuentros y de su mano libre, posándola en el brazo, en las manos y, cuando se lo permitían, en el rostro, de aquéllos con los cuales se topaba. Extraño placer experimentaba al percibir, con su huesuda mano de finos y largos dedos, el contorno, las diferentes angulaciones, la textura y concavidades de aquéllos rostros que se prestaban a su inspección. Sobre todo con uno, el de María, Joaquín jugó hasta el fin.-