Dr. C
Un departamento antiguo impecablemente decorado con objetos que acompañaban a sus dueños desde siempre me sorprendió gratamente cuando ingresé en él por primera vez. Una Biblia del S XIX de enorme dimensión encuadernada en rojo y letras en relieve doradas que daban cuenta de la fecha de impresión, ocupaba el lugar de privilegio en el pasillo - recepción embaldosado y pulcramente encerado. La misma se hallaba sobre un atril de madera tallada de l.50 m. aproximadamente, cerrada sobre el lado derecho del atril quedando del lado izquierdo el espacio necesario para abrirla con comodidad. Un espejo veteado de plateado marco oval se encontraba exactamente arriba del atril con la Biblia, como si estuviera allí colocado para verse la expresión que tal, no sé si llamarlo objeto, despertaba. Imagínense la escena, una persona, trabajosamente intentando abrir al azar semejante libro, una vez logrado detenerse en la página expuesta, en la belleza de la misma, en la lectura de algún párrafo y a modo de intentar meditar sobre su contenido levanta la cabeza y con ella la vista, y, ¡oh sorpresa! Allí está la persona percibiendo su espontaneidad nítidamente en una fracción de segundo pues al advertirse recompone su rostro, se defiende ante la evidencia de quedar desnudo ante sí. ¿Qué modifica y por qué la actitud del sujeto? Se supone que vive de este modo, esto es, irreflexivamente. Un espejo le devuelve la conciencia, el es un objeto para si. Baja la vista, se rearma, la vuelve nuevamente hacia el atrevido espejo, y ahora sí, nuevamente está todo bajo control, no todo en realidad, sólo el atril, la Biblia, el espejo veteado y él en ese instante.
El anfitrión apoyado en su bastón de pastor, herencia de su bisabuelo avanza lentamente hacia mí que al verlo aproximarse cierro el libro y me dispongo a saludarlo.-Cómo le va doctor?, estaba observando su Biblia.
-No es mía, sólo está allí para el visitante, a él le pertenece. Yo a veces la tomo prestada y obtengo alguna idea para mis reflexiones, me llevo la idea al sillón, cierro los ojos y los sentidos y allí permanezco por horas. Pero hoy es diferente, Ud. Está aquí y tenemos trabajo.
Se refería a la lectura de Mdme. Blavatsky. Para mí el trabajo era conocerlo a él: el Dr. C
Ocupaba la cabecera de la mesa cubierta por una felpa verde para amortiguar el ruido y proteger la madera. Lo único que se percibía de aquélla eran sus patas redondas, torneadas desde su base que apoyaban en el piso hasta la parte superior no permitiendo ver su encastre a la tabla porque el paño lo impedía, cada 30 cm. aproximadamente el torneado en forma de aros se interrumpía dando lugar a una superficie semilisa en donde unas raras impresiones de animales mitológicos se dibujaban ocupando l0 cm. Para luego continuar con el torneado circular; conté hasta l5 de estas imágenes, todas diferentes. Cuando le pregunté al Dr. sobre el significado de aquéllas figuras, evadió la respuesta y sólo dijo que estaban relacionadas con las tallas de la tabla que la completaban y la explicaban. Nunca me permitió verlas, como así tampoco jamás me reveló el origen de aquélla mesa que cuidaba con esmerada atención. Deduje que guardaba celosamente un misterio que el Dr. C se llevó.
Una gran vitrina de dos puertas contenía los libros del Dr., los papeles que los cubrían, todos diferentes en colores y texturas impedían identificarlos, cuando necesitábamos alguno, se levantaba, retiraba de su chaqueta la llavecita, abría la vitrina y sin equivocarse seleccionaba el buscado de entre cientos de ellos que allí descansaban. Tampoco nunca me permitió descubrirlos a mi antojo. Como lo expresó aquélla vez parecía que solo la Biblia era del visitante. De todas formas, el secreto mejor guardado era él mismo. Durante los dos años que lo visité semanalmente apenas conocí detalles menores de sus 86 años de vida. Había nacido y vivido en La Plata, conocido a Almafuerte, ex juez, amaba a cuanta mujer conocía, y descontaba que provocaba la reciprocidad emocional. Esta característica era disculpada y tomada casi graciosamente dada la edad de mi amigo. Le gustaba ser el centro, llamar la atención y como poseía el don de la palabra, no dejaba pasar oportunidad alguna de manifestarlo en cuanta reunión participaba. Tomaba el micrófono y hablaba, más de una vez, recuerdo, había logrado emocionar al auditorio.
Como quedó dicho el Glosario Teosófico era la excusa. Lo abríamos al azar, leíamos una idea, la elaborábamos un poco y luego conversábamos. Transcurrida una hora exacta me iba.
Me agradaba visitarlo, respirar su mundo, ver a su mujer que aparecía de a ratos y desaparecía, como espiando, controlando, apenas si saludaba. Su interés estaba puesto en observar al marido. Le ofrecía un té, le alcanzaba su medicación y se marchaba. Conmigo solo cruzaba un saludo forzado, se diría que lo celaba, de mi. Era la segunda mujer de C, de estatura mediana, delgada, sensiblemente más joven, bella en su juventud, deduje. Una tarde, contrariando seguramente su voluntad, salió a visitar a su hija según dijo. El cambio de actitud de mi amigo fue notorio, se descomprimió, su cuerpo parecía más ágil. Cuando su mujer se hallaba en la casa condicionaba la actitud de C. Era una figura omnipresente para él que no le permitía del todo mostrarse como era. Pensé que en muchas parejas ocurría lo mismo, la mujer dominaba la escena, el hombre lo aceptaba sin advertirlo. ¿Es una característica debido a la fortaleza diferente? ¿Al manejo sutil del hombre? ¿A su comodidad por la cual pagaba un precio elevado aunque inadvertido? Quizás. En este caso esta característica estaba institucionalizada. Aquélla tarde dejamos de lado el Glosario, C abrió otro de sus armarios secretos, extrajo dos copitas y una botella de licor de limón. Conversamos, brindamos por la amistad evolutiva. A las l9 hs. Retornó su mujer, con ella la actitud esquiva y armada del Dr. Me levanté, saludé a la mujer, estreché la mano de C y nos despedimos para siempre.
A veces me veo viéndolo en el café, sentado en una mesa de privilegio reservada a los invitados, a personajes ilustres y a atrevidos que la ocupan por asalto para afirmar el poder hacerlo y mostrarme mi propia imposibilidad.
Ya pasó un año de la despedida. Hoy lo vi acompañado por su mujer. El maestro les dedicó la clase.-