Compañeras
Situado sin proponérmelo en un lugar estratégico puesto que no podía, obviamente, proponerme ser espectador de algo que no sabía que iba a ocurrir, percibí la siguiente escena: colectivo de línea 7 de la mañana. Dos mujeres de 40 años aproximadamente conversaban sentadas en asientos individuales. La de pelo castaño con sus piernas sobre el pasillo, la de rulos negros de frente. Ambas uniformadas infantilmente. Cinco minutos más tarde asciende una joven, 23 años le calculé igualmente ataviada. Saluda con un beso a ambas que apenas giran levemente sus cabezas para responder. La joven se ubica en un asiento doble del lado del pasillo y a la altura de las otras dos. Y las mira. Aquélla mirada es la esencia de las emociones de la joven que fundamentaron los acontecimientos que siguieron y los que precedieron. Hasta aquí la realidad, incluyendo la mirada; en cuanto adquiere el sentido de esencial, y todo lo que sigue, es ficción, por supuesto.
La joven en cuestión a la que llamaremos Juana pues su nombre verdadero no fue dicho, aunque no se tampoco si alguien lo tiene pues creo que es relativo el nombre que nombra no sé que. Educada en familia de padre jubilado de una empresa metalúrgica y de madre madre, no tenía hermanos ni hermanas.
En un encuentro con un ex compañero de fábrica, el padre había sintetizado de este modo su situación actual: estoy muy bien, ahora hago lo que siempre me gustó, el retiro voluntario me sirvió para comprarme dos taxis con licencia, los pagué 23 mil, ahora valen 30 mil. Además tengo un remis el que uso también para pasear. Mi hija está recibida. De salud estoy bien, voy un mes de vacaciones al mar. Estoy fenómeno. La madre dedicada desde siempre a la hija percibió la mirada de Juana a los tres años, la definió como angelical. De ese modo esencial había mirado a sus compañeras del colegio donde trabajaban, esa mañana en el micro.
Angelical, inocente, desprotegida, a la búsqueda del contacto, de la reciprocidad. La desazón porque no llega lo que la mirada necesita, porque no existe nadie en ese colectivo que interprete lo que la mirada necesita, la indiferencia hacia un ser que intenta relacionarse con otros buscando lo imposible. La agresividad de quienes conversan y dejan concientemente de lado a la muchacha que encarna la mirada, a la mirada que sostiene a la muchacha y que representa toda su estructura psicológica, aquélla por la cual, quizás, se destruya, sin advertir que el disparador ha sido la indiferencia de las compañeras que esa mañana solo giraron levemente sus cabezas, y que por ese giro, todo el dolor la eclipsó. Todo lo que siguió se explica por ese pequeño gesto.
La imposibilidad, el futuro frustro, lo particularmente trágico de esta situación, tanto la indiferencia del giro de cabeza, la mirada esencial; en más de un sentido no tiene sentido alguno. Y esto es igualmente esencial.
En cuanto a los acontecimientos previos y posteriores a esa mañana: un signo de inquietud le turbó el rostro del padre cuando Juana con 20 años de edad tuvo una reacción desfavorable para él, por lo impulsivo del acto de la hija. Fue tan fugaz como contundente. Una pregunta al pasar del padre ¿vas a salir esta noche? Juana rompió en llanto, tiró en la pileta de la cocina el desayuno recién servido y se fue. El padre se dijo: ‘no conozco a mi hija'. Trató inútilmente de recomponer el vínculo siendo que para él no había nada que recomponer puesto que estaba bien; pero el psicólogo sentenció: ‘recomponga el vínculo con su hija'. Sin entender demasiado el padre lo intentó por años inútilmente.
Una mañana de agosto escuchando la radio como era su costumbre, el derrumbe:
‘Una joven maestra jardinera había herido de gravedad en un colegio de R Mejía a dos de sus compañeras . . .' No necesitó oír más tuvo la certeza que se trataba de Juana, su hija. Nadie comprendió el motivo, ni siquiera la muchacha.
Se perciben cosas interesantes en los colectivos de línea.-